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fantasmas y castillos (II)

El noble leonés de Trigueros del Valle que busca su cabeza

Fernán Alonso de Robles fue apresado en Tudela de Duero, encerrado en su castillo, condenado sin ser escuchado y decapitado en Uceda en 1430

La pasión entre la marquesita y el centauro en el Castillo de Magalia

Escudos nobiliarios de los Robres y Guevara (1453) ABC

David Felipe Arranz

Valladolid

Los caminos entre la historia y la fantasía se entrecruzan en el vallisoletano Castillo de Trigueros del Valle, hoy visitable y envuelto en un halo de inquietante atmósfera gracias a las prodigiosas esculturas del asturiano Juan Villa. De entre las leyendas más aterradoras destaca la de su fundador, Fernán Alonso de Robles, nacido en la villa leonesa de Mansilla de las Mulas, traidor de don Álvaro de Luna y, finalmente, víctima de una terrible venganza por la que perdió su cabeza... que, según dicen los lugareños, sigue buscando por entre sus frías mazmorras.

Fernán Pérez de Guzmán, en sus celebérrimas 'Generaciones y semblanzas', lo describe como más «inclinado a aspereza y malicia que a nobleza nin dulçura de condición» como propio de las gentes de bajo linaje, aunque era «asaz bien razonado y de gran ingenio y de buen seso». Su ascenso definitivo tuvo lugar durante el reinado de Juan II, gracias en concreto al apoyo del futuro valido, don Álvaro de Luna, que consiguió que lo nombraran contador mayor de Hacienda. Así, en la 'Crónica del halconero de Juan II', que firma Pedro Carrillo de Huete, podemos leer que «alcançó mucho así por el oficio como por saber en todas las otras cosas que se tratavan en el Consejo del rey», y pasó a encargarse de los libros de registro de las mercedes del rey. Dada su capacidad, en 1420 el Consejo Real contó con don Fernán y con su amigo don Álvaro de Luna quien, por cierto, también era poeta –y no malo, según dicen–.

Sin embargo, ambos amigos se distanciaron y Fernán, a finales de 1425, selló un pacto con el infante don Juan, rey de Navarra, en 1426 fundó mayorazgo con el título de señor de Mansilla, Rueda y Trigueros, incorporando además casas en León y Valladolid, y en 1427, cuando la nobleza decidió el destierro de don Álvaro, la única esperanza de este era el voto favorable de su querido amigo el contador real quien, contratodo pronóstico, lo traicionó en el transcurso de la comisión que tuvo lugar en el monasterio de San Benito de Valladolid. El dictamen de la reunión fue el destierro del hasta entonces todopoderoso valido por año y medio.

Consumada la traición, el 22 de septiembre de 1430 acudió a Tudela de Duero para apresarlo Ruy Díaz de Mendoza, en el bando de los infantes de Navarra. El rey Juan II, cuando tuvo noticia del prendimiento, le dijo a su privado don Álvaro una de aquellas sentencias lapidarias de la historia castellana: «Non placerá a Dios que quien a vos vendió non sea vendido». El sabio cronista Pedro Carrillo de Huete sentencia así la caída en desgracia del contador: «Este Fernand Alfonso, salido de su medida con el gran logar que tenía, quísose igualar con aquel que le sostenía en ello desconociéndolo, e cayó». Ya prisionero primero en las mazmorras de Trigueros y después trasladado al castillo de Uceda, fue condenado sin ser escuchado y murió decapitado en 1430. En esa época, las mazmorras tenían una función psicológica atroz: su oscuridad, aislamiento y condiciones extremas de humedad, frío y falta de luz eran ideales para castigar a los prisioneros como el contador real, humillado y retenido en su propia fortaleza. Su destino fue sellado por su traición y su ejecución fue una decisión colectiva de los nobles, que sí se pusieron de acuerdo por una vez en algo: en quitarle la vida a don Fernán Alonso, que sigue buscando aún hoy su cabeza, acaso por ese pasadizo secreto mandado construir por sus herederos, su hermano menor Gutierre de Robles, al que cedió sus derechos, y su cuñada María de Guevara, cuyos escudos heráldicos fueron ordenados incrustar en 1453. Su fantasma impenitente forma parte, qué duda cabe, del paisanaje sobrenatural del fantasmagórico castillo, en el que aún pide ser escuchado antes de que ruede su cabeza.

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